Diciembre: “Basura”, de Sylvia Aguilar Zéleny

No es un panfleto. No pretende despertar la conciencia. Pero es difícil leer Basura y no pensar en aquello que tiramos, o mejor dicho, en aquello de lo que nos deshacemos. Una de las ideas que circula todo el tiempo por el libro es obviamente la de la basura. Pero aquí lo obvio no es lo esencial: porque lo que circula, sobre todo, es la idea de lo que se desecha, tanto a nivel material como humano, pero también lo que se rescata, tanto en lo humano como en lo material.

En Basura, Sylvia le da voz a tres personajes que viven alrededor -o viven de- un gran basural en Ciudad Juárez. Son voces muy distintas, con realidades disímiles y complejas en cada caso. Y atado a sus voces, el libro va hilvanando la historia de cada una, como si solo fueran dueñas de sus voces, en una realidad que se arma a partir de abandonos y carencias. A todas les falta algo; todas han sufrido pérdidas. Pero hay que decirlo también: a todas, alguien las cuida. Al menos al principio.

El lugar elegido no es casual. Todo transcurre entre El Paso, EE.UU., y Ciudad Juárez, México, que quedan a un puente de distancia en lo geográfico, pero que no pueden estar más alejadas. “Pienso mucho en eso cuando pienso en la frontera. Todo está ahí: gente de otros países, otras experiencias, idiomas, culturas… es un mundo en sí mismo. Hay una separación, cada vez más dolorosa y complicada. Tienes ahí Ciudad Juárez, la ciudad más peligrosa de Latinoamérica, y El Paso, que se vende al turismo como la segunda ciudad más segura de EE UU y con la base militar más grande. Y la mayor tasa de violencia doméstica también. Todo esto va conformando la personalidad de quienes habitan y transitan por ahí y pienso como Felipito: todo está aquí, los males y los bienes de la sociedad contemporánea, querer cruzar y tener mejor vida en EE UU, pero también las leyes antiaborto, las armas, el racismo… Todo está ahí”, reflexiona Aguilar Zéleny en una entrevista sobre este libro.

La estructura de Basura es nítida: en cada capítulo, por turnos, y en este orden, hablan Alicia, Griselda (o Gris), y Reyna y al hablar van construyendo su realidad. Lo que hace Aguilar Zéleny es una proeza: cada una de las tres mujeres tiene su voz propia e inconfundible. Y así, de a poco, Aguilar Zéleny va desplegando los detalles y las profundidades del día a día, las perspectivas, las cicatrices, los deseos y los horrores, los miedos más escondidos.

Las tres protagonistas narran en primera persona y nosotros las escuchamos como si fuéramos testigos de una sola parte del diálogo que han entablado. No es a nosotros a quien nos hablan. Le hablan a un otro que no sabemos qué contesta, pero al leerlas -al oírlas- a ellas, podemos intuir ese diálogo. Es como cuando estamos al lado de alguien que habla por teléfono y aunque no escuchemos qué le contestan desde el otro lado de la línea, podemos adivinarlo y configurar la conversación completa.

Arranca Alicia, que es una preadolescente que toma el nombre de su libro preferido, el de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Parca, escueta, Alicia cuenta cómo la que consideraba una madre le enseñó a rebuscarselas en la basura, cómo le insistió para que lea y se eduque, cómo la abandonó y la traicionó después. Alicia es una sobreviviente, y en sus palabras se sienten esas capas con las que se revistió para aprender a subsistir.”Yo ni lavo ni plancho ni zurzo, pero mis manos son las que me sacan de apuros. Porque ella me enseñó a pepenar. Fue gracias a ella que yo aprendí dónde estaban las mejores cosas, las que todos querían, las casi nuevas. Basura fina, decía ella. Veía el reloj y me decía: vente niña, niña, así me llamaba. Vamos de cacería, que a esta hora no hay nadie. Cacería, así lo decía. Yo lo llamo trabajar”, dice Alicia, en su estilo duro, pero con esa inteligencia del que sabe que sólo depende de sí mismo para seguir adelante.

Gris, la segunda voz, es una médica formada en El Paso que consiguió financiamiento para hacer una investigación en el gigantesco basural de Ciudad Juárez: allí van a parar los residuos de las dos ciudades, y ella quiere saber cómo es la vida que florece alrededor de lo que la gente desperdicia, cómo lo que se consume y se descarta automáticamente de un lado, es aprovechado por los que no tienen nada.

Pero mientras se empecina en su carrera, su vida se desdibuja. Ella, que junto a su hermana quedó huérfana de niña y al cuidado de una tía, debe ahora ocuparse de esa mujer que fue esencial en la infancia, pero que ahora pierde la memoria y se apaga por una enfermedad neurológica. Aquí también, como en el caso de Alicia, había alguien que cuidaba. Lo que queda ahora son los restos, pero en esos restos hay vestigios de episodios fundamentales que parecían olvidados para siempre.

La tercera es Reyna, una transexual, que vive en un barrio periférico, no muy lejano al basural. Reyna se encarga de instruir a las nuevas que llegan al grupo que dirige. En Reyna, el lenguaje es exuberante, brota enérgico, cargado de adornos. Reyna le habla todo el tiempo a las recién llegadas, les dice los trucos para estar más bellas, les da recetas, y sobre todo, recaudos, para cuidarse.
“Vivimos tiempos en los que ser mujer es peligroso, pero eso debes saberlo, ¿no? Todos en esta ciudad hemos oído el rumor ese de las muertas. A lo mejor no lo ves en el periódico, ni lo escuchas en la radio, pero te lo cuentan en la calle, muertas acá en el barrio, muertas en el centro, muertas en la periferia, muertas en el basurero. Muertas y más muertas, carajo”, dice en uno de sus monólogos.

Dividido en tres partes, el libro va adquiriendo un ritmo que se vuelve más taquicárdico hacia el final. De alguna manera, que mejor no adelantar para no arruinar la trama, los personajes terminan cruzándose, de manera fortuita pero fundamental.

Lo que hace Sylvia Aguilar Zéleny es contar unas historias que no embellecen lo trágico pero tampoco machacan sobre el dolor. “Estoy muy peleada con la literatura del narco y con este asunto de plantear como un carnaval lo que ocurre en un basurero y en las calles de las fronteras entre México y Estados Unidos. Así que me interesaba acercarme de otra manera. Quería verlas fuera de la carnavalización y de la victimización. Encontrar en cada uno de estos personajes unos espacios de brillo, inteligencia y resistencia. No estoy pintando otra realidad, más bien estoy tratando de acercarme a la realidad desde otro lugar”, dice.

Y allí, en esa compleja frontera entre la belleza y la tragedia, entre el amor y el dolor, es donde se ubica Aguilar Zéleny en esta novela para mostrar que sí, que hay brillos, resistencias, y esperanza allí donde muchas veces creemos que está todo descartado.

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