Noviembre: “Y llovieron pájaros”, de Jocelyne Saucier

Cómo nos paramos ante la vejez. Qué vemos en esa zona de la vida. Qué deseamos. Qué esperamos.
Y llovieron pájaros, el libro de Joceylne Saucier, editado por Minúscula, tiene una respuesta: libertad.

Los protagonistas de esta novela, es cierto, son seres particulares (¿pero no lo somos todos un poco, cada cual a su manera?). Ellos han decidido alejarse, retirarse del mundo, y vivir en medio del bosque, en este caso en un bosque canadiense. Son, al principio de la novela, unos ermitaños que sin embargo se hacen compañía, y que por encima de todas las cosas, aman su libertad.
Pero en el año y medio que abarca esta historia, algo de ese orden sagrado se verá alterado por la presencia de dos mujeres: una fotógrafa joven, que con sus preguntas y su interés por los grandes incendios hará rodar la -hasta entonces detenida- máquina de los recuerdos, y una misteriosa anciana rescatada de un centro psiquiátrico, que traerá con ella una sensibilidad que hasta ese momento no formaba parte del grupo.

Esa comunidad, allá aislada en un bosque perdido del norte de Canadá, y así pequeña como es, encierra toda la vitalidad, la alegría simple, la ternura, la solidaridad, el amor, y también el modo en que se decide cerrar o enfrentar aquello que ocurrió en la vida. “No entenderían que alguien les preguntara si son felices. No necesitan ser felices, tienen su libertad” (pág.27).

La fotógrafa es un personaje esencial. Dedicada primero a retratar la naturaleza, la mujer encuentra en los grandes incendios que se produjeron a principios del siglo XX en el norte de Ontario, Canadá, y sobre todo en sus sobrevivientes, un tema para investigar y retratar. Sus hallazgos le permiten encontrar a casi todos los que aún están vivos. Pero le queda uno, uno que es una leyenda entre los relatos que escucha: un tal Boychuk, un adolescente en aquel entonces, que vagó ciego durante seis días sobre los restos humeantes. Los datos que consigue la llevan hasta un bosque donde le dijeron que podría vivir, como un ermitaño. Ese es el punto en el que la historia de la comunidad del lago y la de la joven fotógrafa se cruzan para siempre. Allí encontrará a unos ancianos que viven aislados, con sus perros, y casi contra la voluntad de ellos, la mujer llegará a entablar una amistad.

“Llegó a quererlos más de lo que habría imaginado. Le gustaban sus voces ajadas, sus rostros devastados; le gustaban sus gestos lentos, sus dudas ante una palabra que se les escapaba, ante un recuerdo que se les negaba; le gustaba verlos abandonarse a la deriva de las corrientes de su pensamiento y quedarse dormidos, después, en medio de una frase. La edad madura le parecía el último refugio de la libertad, allí donde se deshacen las ataduras y se permite que la mente vaya a donde quiera.”

La obra está estructurada de una manera que enseguida salta a la vista: De un lado, se cuenta la historia de los siete personajes: Ted o Ed o Edward Boychuck; Charlie; Tom; Marie-Desneige, la fotógrafa; Bruno y Steve, que aunque no viven con ellos en el bosque son parte fundamental de esa decisión. Del otro, y al final de cada capítulo, aparecen una o dos páginas en las que hay una reflexión, escrita en letra cursiva, y que corresponde a cada uno de los protagonistas. La autora entrega en esas páginas la palabra a sus personajes, una tarea nada sencilla, porque cada uno mantiene su propio foco para narrar esta historia coral y profunda sobre la vejez.

“Ted era un ser destrozado, Charlie un amante de la naturaleza y Tom había vivido todo lo que un hombre puede vivir. Día tras día fueron envejeciendo juntos hasta llegar a una edad avanzada. Atrás quedaba esa otra vida de la que se marcharon cerrando la puerta tras de sí. No tenían ganas de volver a abrirla. (…) El compañerismo que se creó entre ellos poseía la holgura y la distancia suficientes para permitir que cada uno se creyera solo en su planeta personal”, los describe perfecta y sucintamente la autora en la página 42.

Si algo mantiene todo el tiempo esta novela es el tono y el punto de vista sobre la vejez. Para la autora, lo ha dicho en muchas entrevistas, “la vejez es un período que dura tanto tiempo como la juventud, y que no es sinónimo de algo triste”. Y en ese tono, que a primera vista parece sencillo, sosegado, Saucier se las ingenia para hablar de temas trascendentales de la vida:

La huida. Saucier insiste muchas veces en que su obsesión antes de escribir la novela era la desaparición. Pero la desaparición de quienes deciden huir del mundo y vivir como ermitaños, movidos por distintos motivos: alejarse del mundo consumista, o buscar la paz, o la tranquilidad tantas veces soñada, pero también desaparecer para llevarse un gran dolor.

La vejez. Los protagonistas de esta novela, más allá de sus dolores íntimos, son personas que no necesitan de ayuda para moverse. Aquí no hay nada ligado a la queja, al lamento. Se presenta la vejez como una nueva oportunidad de amar y de vivir en libertad.

La muerte y el derecho a elegir. La novela lleva en sus páginas un concepto quizás polémico que es el de elegir el momento de morir. Lo interesante es que no hay dramatismo alrededor de ese frasco que todos tienen en sus cabañas. En la novela se hace una reflexión sobre la posibilidad de poder elegir cuándo uno quiere morir. Como una ley tácita, no es algo que se discute entre los integrantes de la comunidad. Se habla de la muerte, claro, pero a la vez, se respeta la idea de que cada uno sabrá si llega el momento de tomar de ese frasco y hacer uso de él. “Con los años, había alimentado la esperanza de poder morir allí algún día, como un animal, sin lamentos ni rostros desconsolados, solo el silencio de la floresta despidiéndose de una de sus criaturas, que se marchaba”, reflexiona Charlie en la página 41 del libro.

La naturaleza. No es esta novela una loa a la naturaleza, ni uno de esos libros que impulsan la corriente de dejar las grandes ciudades para vivir mejor en medio del bosque. Pero sí es un telón de fondo, el espacio con el que los protagonistas se comunican de manera real con el entorno y lo que ese entorno les da.

La libertad. La libertad es, sin dudas, el tema central de esta novela. La libertad de elegir, por encima de todo. Y más allá de ese frasquito que les permite decidir cuándo termina todo, la libertad se hace palpable en ese hermoso personaje que es Marie-Desneige, la mujer que llega después de haber perdido gran parte de su vida encerrada. Ese hambre de vida que tiene la mujer es quizás el enorme pilar que sostiene el libro.

Y por supuesto, el amor, en todas sus formas, y la felicidad, que cada uno busca y encuentra de manera muy distinta: uno pintando y exorcizando el pasado, otro en la naturaleza, otros redescubriendo el amor, olvidando los demonios, sintiéndose libres.

Viejos, libres, y con el presente en sus manos.

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