Octubre: “Canción”, de Eduardo Halfon

“El equívoco es fundamental”, dice Eduardo Halfon en una entrevista que dio el año pasado, a cuento de la publicación de Canción, el libro que ahora tienen en sus manos y que les abrirá las puertas al universo literario y a cada una de las galaxias del escritor.
Es cierto, Halfon juega con los equívocos.


Primer equívoco: ¿es el autor Eduardo Halfon, el mismo Eduardo Halfon personaje?
Sí, pero no.
El juego de los equívocos, que hace pie sobre la identidad, gravitará por todo este libro que, si hubiera que resumir en pocas palabras, diría así: cuenta el secuestro de abuelo libanés, que también se llama Eduardo Halfon, en manos de la guerrilla guatemalteca, en 1967.
¿El hecho ocurrió? Si. ¿Estuvo su abuelo secuestrado 35 días durante esos tiempos oscuros, brutales y complejos de Guatemala? Si. ¿Fue Percy Amílcar Jacobs Fernández, alias Canción, uno de sus secuestradores? Si.

Pero las pocas palabras no le hacen honor a este libro, sexto en el puzzle Halfon, que tira del hilo de sus ancestros y enmadeja el proyecto literario que ha iniciado el escritor guatemalteco para explorar sus orígenes y sobre todo para entender los mecanismos de la identidad que conforman su universo literario. El libro empieza en Tokio, pero a la manera Halfon nos llevará a Guatemala, y un poco a Hiroshima, y otro poco a París, y apenas a Carolina del Norte, en los Estados Unidos.

Segundo equívoco.  Halfon lo plantea en plan humorístico en la primera línea del libro. “Llegué a Tokio disfrazado de árabe”. 
La identidad, en Halfon, estará en el centro de todo, pero siempre puesta en duda, siempre parada en la cuerda floja.
Dice por ejemplo: “Nunca antes había estado en Japón, y nunca antes me habían solicitado ser un escritor libanés. Escritor judío sí, escritor guatemalteco claro, escritor latinoamericano por supuesto, escritor centroamericano cada vez menos, escritor estadounidense cada vez más, escritor español cuando ha sido preferible viajar con ese pasaporte, escritor polaco en una ocasión, en una librería de Barcelona que insistía, insiste, en ubicar mis libros en la estantería de literatura polaca, escritor francés desde que viví un tiempo en París y algunos aún suponen que sigo allá. Todos esos disfraces los mantengo siempre a mano, bien planchados y colgados en el armario. Pero nunca me habían invitado a participar en algo como escritor libanés y me pareció poca cosa tener que hacerme el árabe durante un día entonces en un congreso de la Universidad de Tokio si eso me permitía conocer el país”.

El escritor se prueba disfraces para ser alternativamente guatemalteco, estadounidense, libanés, polaco, francés. Porque, en definitiva, qué es la identidad: ¿El lugar en el que vivimos, en el que nacimos, la religión, nuestra familia? Cuál es la identidad si el abuelo libanés no es libanés (es sirio), y si verdugos y víctimas son a veces alternables.

Tercer equívoco. Volvamos al epígrafe, la frase de Baudelaire que abre el libro: “Quizás resultaría agradable ser alternadamante víctima y verdugo a la vez”. 

Como un cronista imparcial, Halfon no juzga. Halfon cuenta. Un poco desde los recuerdos de aquella infancia en Guatemala, cuando supo del secuestro de su abuelo; un poco desde la exploración e investigación posterior, ya más grande, intrigado, buscando por distintos lugares del mundo esos cabos sueltos; un poco desde la reconstrucción después de varias entrevistas.

“Nadie ignora que Guatemala es un país surrealista”, había escrito el abuelo Halfon allá por 1954, en una carta de lectores en Prensa Libre, uno de los principales periódicos guatemaltecos de la época, en respuesta al reclamo hecho por el artista boliviano Juan Ramírez Arteaga por la expropiación del edificio El Prado, propiedad del empresario.
Sí, Halfon abuelo era un empresario rico. La guerrilla lo secuestra para hacerse de dinero a través del rescate. La voz que elige Halfon para narrar ese punto de encuentro entre Halfon abuelo y la guerrilla lleva el tono de la cita de Baudelaire, en la que víctimas y verdugos se alternan.

“Quizás tuvo un poco que ver con que estaba en París y leyendo un poco a los poetas franceses y me topo con esta frase poco conocida de Baudelaire. Pero también tenía la idea dándome vueltas de que si yo iba a tratar el tema de la guerra en Guatemala, un tema muy grande, el conflicto armado interno, y tratar el tema del secuestro de mi abuelo, tenía que hacerlo de la misma manera que traté el tema de la Shoá con mi abuelo polaco. Es decir, con distancia, lo más objetivamente posible. Yo tenía que poder sentarme a entrevistar a guerrilleros o militares y tratarlos de la misma manera. Entonces la idea de que alguien puede ser víctima y verdugo, dependiendo de a quién le preguntes. Y en Guatemala todavía es muy delicado. El tema de la posguerra, las desapariciones, el tema del genocidio, esa palabra: me gano enemigos cada vez que la uso en Guatemala porque hay todavía un porcentaje de la población, porcentaje menor pero poderoso de la oligarquía, que sigue negando que hubo un genocidio en Guatemala. La idea de quién es víctima y quién es verdugo. El secuestrador y el secuestrado. Entonces me topo con la frase de Baudelaire que parece poner el tono. Para mí el epígrafe es eso. No debe resumir, no debe ser un pseudo título, sino que debe marcar el tono”, le contó Halfon a Hinde Pomeraniec.

El otro tema que reaparece en los libros de Halfon es el de la traición. Allí resuena también el epígrafe de Baudelaire: al abuelo lo “entrega” un miembro de la comunidad judía (un amigo que integra una de las apenas cien familias judías que hay en Guatemala). Y luego vuelve sobre el tema en el relato sobre Azzari, el ganadero que escapa con sus vacas a un campo lejano, donde se entera de que un joven de su misma comunidad decidió su suerte y la de muchos vecinos que terminaron muertos y torturados.

Todo lo que cuenta Halfon sobre ese hecho y sobre los oscuros años de Guatemala es real. Es real el asesinato del embajador norteamericano, John Gordon Mein y el del embajador alemán, Karl von Spreti. También el brutal asesinato Rogelia Cruz, la ex miss Guatemala, que el abuelo estaba convencido de que lo había cuidado mientras él estuvo secuestrado.

Por fuera de todos esos hechos, que ocurrieron cuatro años antes de que nazca Eduardo Halfon nieto (nuestro escritor), por fuera incluso de la historia de Guatemala, hay dos hilos delgados de esa madeja que se conectarán con otros libros de Halfon escritor. Uno de ellos es el del silencio que cubre el dolor.
En medio de la gran narración, hay destellos de otros pequeños relatos, que quedan ahí, pequeñitos, conmovedores.
Uno de ellos es una escena del tío Salomón, con su tez de beduino, el que lee la borra del café, y que no dice nada de esa noche crucial en la que los militares irrumpen en la casa de los Halfon. Es el tío que le contará, sobre el final de su vida, el sueño que soñaba su abuelo mientras fue prisionero. El otro, que es un sacudón aunque ocupe pocas páginas, es lo que le cuenta Aiko sobre su propio abuelo, el hombre al que le quedó estampado en su piel el kimono que llevaba esa mañana en que la bomba atómica cayó sobre Hiroshima: la radiación pegó para siempre la tela en su piel. Ese hombre no habla de ese dolor. No quiere recordarlo. Como tampoco quiere hablar el otro abuelo de Halfon, el que estuvo en Auschwitz, y lleva las marcas de ese dolor tambien tatuadas en la piel: su número de prisionero.

Último equívoco: Los libros de Halfon son breves, pero quizás por el tono, o más bien por el tono, por la hondura de las historias, incluso las más pequeñas, que llegan como codas al final del camino, quedan reberberando durante mucho tiempo.


Quién es Eduardo Halfon

Eduardo Halfon. ¿Es Eduardo Halfon el escritor que llega a Japón disfrazado de árabe? ¿Es una máscara que usa para escribir?  ¿Es distinto escribir que ser escritor? ¿Se usan disfraces distintos para esas dos actividades?
Puede ser, no, sí, a veces.

Eduardo Halfon nació en Guatemala en 1971,  pero a los diez años, su familia se mudó a los Estados Unidos, donde Eduardo pasó a ser Ed, o Edi. Allí, Ed estudió y se recibió de ingeniero, siguiendo el camino trazado por su padre. A los 26 años, en medio de una enorme crisis profesional, regresó a su país, regresó a un castellano que ya casi no hablaba, regresó a su nombre, Eduardo, y descubrió, por primera vez, los libros de ficción.
No. Hasta los 27 años, Eduardo Halfon no había leído. Y en plena crisis profesional se anotó en Filosofía y Letras y empezó a leer. No paulatinamente. Empezó a leer como un poseído; como un Quijote, leyó todo. Primero como lector voraz, pero después, empezó a leer como futuro escritor, preguntándose por la trama, por la estructura, por el andamiaje que sostiene la narrración (es ingeniero, no lo olvidemos). Y así, por suerte para todos nosotros, nació Eduardo Halfon, el escritor.

La galaxia narrativa halfoniana comenzó en 2008 cuando publicó los cuentos de El boxeador polaco. Su abuelo polaco León Tenenbaum llegó a finales de 1945 a Guatemala, el único de su familia que sobrevivió y estuvo prisionero en distintos campos de concentración. En su brazo tenía tatuada la marca de su paso por Auschwitz: 69752. “Que era su número de teléfono. Que lo tenía tatuado allí, sobre su antebrazo izquierdo, para no olvidarlo. Eso me decía mi abuelo. Y eso creí mientras crecía. En los años setenta, los números telefónicos del país eran de cinco dígitos”, recuerda el narrador del relato en el que un abuelo le cuenta a su nieto, sesenta años después, cómo le salvó la vida un boxeador polaco al que los nazis lo mantenían vivo para pelear todas las noches. El proyecto continuó con La pirueta (2010), Monasterio (2013), Signor Hoffman (2015), Duelo (2017) y el sexto es Canción (2021). Por estos días, acaba de sumar Un hijo cualquiera a su galaxia.

¿Se puede conocer a Halfon a través de sus libros? Es probable. Eduardo Halfon traza una suerte de autobiografía que se va armando a través de sus publicaciones, aunque el avise que la ficción se cuela y que los recuerdos ya no le pertenecen del todo. En cualquier caso, en este libro del mes, y en todos los otros, Halfon bucea en su historia familiar, en sus ancestros judíos europeos y árabes, en una historia llena de tragedias, que incluye campos de concentración, muertes, secuestros.

¿Es necesario leerlos en orden? Para nada. Por eso nos atrevimos a iniciar  este diálogo a través de Canción, para que después sigan por donde les plazca. No hay orden. Hay piezas que encajan. O que terminan de completarse.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *