Febrero: Campeón, de Ring Lardner

Deben haberlo vivido en alguna ocasión, o deben haberlo padecido. O quizás sean ustedes mismos, algunas veces, como las criaturas de Ring Lardner, seres lanzados al parloteo, a la verborragia sin red.
De los ocho magníficos relatos que integran esta colección, hay seis en los que el personaje no puede dejar de hablar. Y en ese hablar, nos cuenta todo.

La genialidad de Ring Lardner, cuyos personajes son como una radio encendida (cuando aún no se había inventado la radio), es que construye el relato a partir de la oralidad. Sus personajes hablan el lenguaje coloquial de la calle y expresan no sólo el pensamiento profundo de los Estados Unidos, sino también esa velocidad que alcanza la mente cuando monologa sin los prejuicios que la harían detenerse. Sus personajes son parlanchines hasta el límite de la incomodidad. Llevados por el entusiasmo, por el exceso de alcohol, por la inocencia, dicen más de lo que deberían sin medir las consecuencias.

Ring Lardner, pionero y maestro del cuento nortemaricano, maneja esa canilla abierta de la verborrea de un modo magistral. Los personajes hablan con frases cortas y directas. Es un lenguaje simple, doméstico, sin trampas literarias. Y todo lo hace con su mejor arma: la sátira, que le da un tono único a su material.

Ahí está, de muestra Zona de silencio, el cuento que abre Campeón. La señorita Lyons, la enfermera que debe cuidar a un paciente, no puede dejar de contarle su vida, no puede ocultar su interés por conocer hombres apuestos que bailen toda la noche, al pobre enfermo que acaba de pasar una cirugía y está tendido en la cama, sometido a al relato. Y el paciente escucha, apenas puede meter bocado, aunque quede perturbado con algunos de los comentarios que graciosamente arroja la enfermera (como cuando le dice, suelta de cuerpo, que la última cosa divertida que le pasó en el hospital fue atender a un paciente que a la mañana siguiente murió). Todo parece liviano, superfluo, gracioso, pero todo ese parloteo esconde entre líneas una profunda amargura.

Corte de pelo es una obra maestra. Escrito en 1922 este cuento es la muestra perfecta de esas criaturas de Lardner que hablan hasta por los codos, frente a personas obligadas a escuchar, que hablan y hablando pintan un espacio, una época, unas costumbres, y en este caso, un crimen también. El narrador es el barbero, que mientras cuenta nos permite ver no sólo su local, con la disposición de los objetos, sino también el pueblo en el que transcurre, sus habitantes, sus costumbres, sus amoríos, sus errores.

Algo parecido ocurre con Nido de amor, con tantas capas, en el que un millonario quiere alardear de su posición y de su familia, y de sus hijas frente a un periodista al que invita a quedarse una noche en la mansión para que pueda contar mejor cómo es él. El millonario no para de repetir quiero decir, quiero decir, quiero decir, para -en definitiva- no decir nada sobre ese matrimonio en ruinas que él parece no saber que tiene. Y entonces, cuando ingresa al relato Celia, su mujer, un ex actriz que siempre quiso brillar y ahora se apaga, y toma la palabra, después de que su marido se haya retirado a una importante reunión, hace caer el castillo de naipes que “el gran hombre” cree tener. Las apariencias de los años veinte, el matrimonio, el lugar de las mujeres en la casa, todos los temas quedan ahí, expuestos en su más pavorosa desnudez.

En cada escena de los cuentos de Campeón, Lardner despliega los modos del habla en conversaciones entre quien tiene algo para decir y quien está obligado a escuchar. Algo que se ve a la perfección en ¿Quién da?, donde tres jugadores de una partida de bridge tienen que soportar a una recién casada verborrágica, que no sólo entorpece el juego, no sólo hace avergonzar a su marido, no sólo aburre a la otra pareja sino que los va hundiendo a todos en una especie de arenas movedizas mortales. Esta visión de una noche estropeada es concebida a partir de ella, de su monólogo. Los otros nunca intervienen en la historia, pero el lector siente no sólo el fastidio ajeno, sino el mal momento que les hace vivir.

En estos cuentos, pero también en Luna de miel dorada y No puedo respirar, la narración la lleva el que toma la palabra. El gran componente de los relatos de Lardner es la escena teatral -uno de sus grandes deseos como autor en el que nunca pudo tener éxito, según cuenta gran amigo Francis S. Fitzgerald-, en la que alguien cuenta algo al resto. Eso no ocurre en Campeón, donde Lardner vuelca, con más voces lo que aprendió, vio, escuchó y lamentó de esos hombres sobre los que escribió en su trabajo periodístico previo.

Campeón, que fue llevado al cine (como verán más abajo, con Kirk Douglas en el papel central) narra la historia de Midge Kelly, un ser miserable que abre su camino de gloria noqueando a su hermano menor, que es lisiado, para robarle una moneda. El primer párrafo ya anticipa la naturaleza trepadora, cínica, destructora y antisocial del protagonista: “Midge Kelly consiguió su primer knock-out cuando tenía 17 años. El noqueado fue su hermano Connie, tres años menor que él y lisiado. La bolsa fue de medio dólar, dado al menor de los Kelly por una dama cuyo automóvil había estado a punto de arrebatarle el alma a su frágil cuerpecito”.
El Campeón que narra Lardner tiene la enorme virtud de haber sido uno de los primeros relatos que muestran ese lado ominoso del boxeador, sus miserias, sus bajezas. Pero no sólo eso, porque Lardner también relata la otra parte de ese entramado, la de los que alientan y sostienen, con su complicidad, toda esa destrucción y autodestrucción.

La virtud de Campeón es que se enfoca primero en el boxeador, en sus miserias, sus victorias y sus derrotas, pero hacia el final, tuerce su atención hacia el escritor/periodista. Encargado de escribir la historia oficial del campeón, el periodista lo convierte en un héroe, borra toda su sordidez, lo idealiza porque, como dice otro de los personajes, así es como la gente lo prefiere, convertido en un ganador, en un campeón absoluto.
Y sí, Campeón habla de un deportista en particular, pero a la manera de Lardner es sobre todo una crítica a la sociedad que alimenta esos monstruos.

Un hospital, una peluquería, la sala principal de la casa de un magnate, un lugar indefinido donde alguien se dirige a un otro. Cualquier espacio que elija Lardner es una muestra de su agudo sentido del humor, pero también de la ternura y la comprensión que siempre mostró hacía los seres humanos, especialmente los que se hallaban en situaciones desesperadas, violentas, ridículas o solitarias.

———————————————————————————–

Quién es Ring Lardner?

Ring Lardner no se llamaba así, tan bien como suena su nombre. Le pusieron Ringgold Wilmer Lardner cuando nació, el 6 de marzo de 1885 en Niles, Michigan, en honor a un primo suyo que era militar. Pero para él no era un honor así que cuando fue un poco más grande, empezó a firmar sus artículos como Ring Lardner. Porque eso es lo que fue durante, al menos, la primera parte de su vida: un periodista. Por sobre todas las cosas, fue un periodista deportivo y bastante por encima de eso, un verdadero fenómeno en el periodismo deportivo de su época: Estados Unidos en la década de 1910.

En su vida, Lardner escribió más de 4,500 artículos, que llegaron a publicarse en 115 periódicos de su país. Eran otros tiempos: el fin de la Primera Guerra Mundial. Imaginen: aún no se había inventado la radio, y mucho menos la televisión (por no hablar de nuestro principal consumo de estos días, las redes sociales), así que Ring Lardner, con su máquina de escribir, era el encargado de contarle a todos los fanáticos del deporte cómo había sido tal pelea en el ring, quién había nockeado a quién, quién había sufrido, quién había sido golpeado, cómo, cuánto, por qué. En ese terreno, Lardner fue tal vez el mejor de todos, y hay quienes lo señalan como el padre de la columna periodística moderna.

Este hombre de ojos saltones, traje y corbata, tenía un don especial y usó, como nadie hasta entonces, el habla coloquial: retrató la voz y con ella, el pensamiento profundo de los estadounidenses. Y lo hizo de un modo nuevo o en todo caso heredado de Mark Twain, pero poco usado desde entonces: lo hizo con humor. A veces negro, a veces corrosivo, la mayoría de las veces ácido.

Y ese hombre de ojos saltones, de traje y corbata, que escribía sobre hombres del deporte y del que quizás muchos no hayan oído hablar, fue una voz tan poderosa para su generación que futuros escritores lo leían e imitaban con devoción. Tanto que el propio Ernest Hemingway, por ejemplo, firmaba los reportajes que hizo para la revista escolar como Ring Lardner Jr. Pero no fue el único. Lardner fue admirado por Virginia Woolf, James M. Barrie y J. D. Salinger, entre otros. Quién sabe por qué cayó por un tiempo en el olvido, porque sus cuentos son maravillosos.

Y esa -sus cuentos- es la segunda parte de su vida. En 1916, Lardner se alejó del periodismo y se dedicó a la ficción. O unió en todo caso el periodismo deportivo con la ficción. Ese año, publicó su primer libro de éxito, You Know Me Al (“Ya me conoces, Al”), escrito en forma de cartas de un jugador amateur de béisbol a un amigo. Había sido publicado inicialmente como seis historias separadas pero interrelacionadas en el Saturday Evening Post, por lo que algunos clasifican este libro como colección de relatos, y otros como novela. Como sea, You Know Me Al es una obra satírica, enfocada en la estupidez y avaricia de cierto tipo de deportistas.

Luego, llega lo mejor, como los cuentos incluídos en la colección que ahora tienen en sus manos, muchos de ellos seleccionados cada vez que se organiza una antología de los mejores cuentos norteamericanos.

Lardner disfrutó y se consumió en los excesos de la era del jazz, en las fiestas, el alcohol, la trasnoche. Fue íntimo amigo de Francis Scott Fitzgerald, que tan bien contó toda esa era a la vez dorada y oscura.

Ring Lardner murió el 25 de septiembre de 1933 de un ataque al corazón, derivado de la tuberculosis que le habían diagnosticado siete años atrás (aunque algunas fuentes señalan que el motivo principal fue el alcoholismo). Con su muerte, escribió el escritor argentino Ricardo Piglia, gran admirador de Ring Lardner, “pareció dar una voltereta hacia el olvido”. “Cualesquiera hayan sido los logros de Ring, no alcanzó todos aquellos de los que era capaz”, lamentó su gran amigo F. Scott Fitzgerald en un artículo en The New Republic un par de semanas después. Según Piglia, Lardner “terminó arrinconado en un incómodo sitial de ‘precursores’. Lo explicaba así: “Como un general que viene de ganar un combate que ha servido para debilitar definitivamente al adversario, y tiene que asistir, mezclado con el público, a los homenajes rendidos al vencedor de la última batalla”.

Lardner venció. Pero la victoria se la llevaron otros. Para hacer justicia, vamos a leerlo a él.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *