Mayo: “El año del pensamiento mágico”, de Joan Didion

El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, es quizás uno de los mejores libros que se hayan escrito jamás sobre el duelo. Y Joan Didion es una de las periodistas y escritoras imprescindibles.

 

El comienzo de “El año pensamiento mágico”, es uno de los más citados. Uno de los más brillantes: “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar; y la vida que conoces se acaba”.

Joan Didion es especialista en esos momentos excepcionales que marcan un fin. Ella estuvo en Los Ángeles, en agosto de 1969, cuando el clan Mason irrumpió en aquella casa de Cielo Drive, y asesinó a Sharon Tate y sus amigos. Ella vio, analizó y escribió cómo ese hecho era la puntada final en el lienzo de una década. Didion vio apagarse la época dorada del cine de Hollywood y a su estrella, John Wayne. Y lo escribió. Didion vio, y sintió y escribió, cómo es el fin de la juventud; cómo, de repente, todo aquello que pensábamos que no iba a dejarnos ninguna huella, o ningún costo emocional, se lo cobra. Y ella vivió, y sufrió, y claro, también escribió sobre los dos hechos más brutales que le tocó enfrentar: la muerte de su marido en diciembre de 2003, y apenas un año más tarde, la de su única hija, Quintana (que está narrada en un libro posterior, “Noches azules”).

¿Es la muerte un hecho excepcional? No, claro. Pero aún así, no hay nadie que haya pasado por la experiencia del duelo y no haya sentido esa extrañeza, esa incapacidad de asimilar el golpe, esa perplejidad ante los objetos inanimados que quedan como un recordatorio de que efectivamente “la vida cambia en un instante”, que no haya sentido que hasta ese entonces todo era anodinamente normal.

Didion recordará con precisión de cronista meticulosa que esa noche, la del martes 30 de diciembre de 2003, alrededor de las nueve de la noche, ella estaba en la cocina, removiendo la ensalada que pronto comería con su marido, frente al fuego encendido de la chimenea del departamento de Nueva York, cuando él dejó de hablar. Ella creyó que era una broma. “No hagas eso”, le dijo desde la cocina, antes de verlo desplomado.

La escritora llevaba 40 años casada con el también periodista y escritor John Dunne. Vivían juntos, trabajaban juntos, salían y hacían fiestas juntos. Habían regresado esa noche de visitar a Quintana que estaba en coma en un hospital neoyorquino. “Nuestros días estaban llenos del sonido de la voz del otro”, describe Didion.

Pero no es la relación amorosa la que hace que el libro que escribió sea una experiencia personal y universal a la vez. Son, en cambio, esos “pensamientos mágicos” que la tienen atrapada en una suerte de limbo, intentando descifrar por qué, cómo y qué fue lo que ocurrió, y peor aún, si ocurrió. Didion tuvo muchos minutos, horas, días, para construir ese pensamiento mágico que hilvana causa y efecto sin fundamentos racionales. Cosas como que no podía deshacerse de los zapatos de John porque ella estaba segura de que él los necesitaría al regresar, o que tampoco quiso donar sus ojos porque si no, no podría ver.

“Necesitaba estar sola para que él pudiera volver”, recuerda de esa primera noche sin él. Esos primeros momentos que terminaron dándole forma al pensamiento mágico, al testarudo deseo de que su marido siguiera vivo.

Dueña de una prosa tan elegante como precisa, Didion evita todo el tiempo el sentimentalismo. Escribe como quien busca una respuesta racional. Escribe como quién quiere entender qué es todo eso que de repente te cambia la vida en un instante. Escribe cosas como: “Este es mi intento de asimilar el período que vino a continuación: las semanas y después los meses que se llevaron por delante cualquier idea fija que yo pudiera tener de la muerte, de la enfermedad, de la probabilidad y de la suerte, tanto buena como mala; del matrimonio, los hijos y los recuerdos; del dolor y las formas en que la gente afronta y no afronta el hecho de que la vida se termina; de lo superficial que es la cordura, de la vida en sí misma”.

En su larga, agitada y productiva vida, Didion no tuvo miedo de entrar en lo más oscuro, y lo más peligroso; no tuvo miedo de denunciar al sistema, al gobierno o a quien hiciese falta. Esa mujer menuda, de apariencia frágil, contó la guerra civil de El Salvador para explicar cuán metido estaba en eso el gobierno de Ronald Reagan. Y no sólo describió como nadie la contracultura y el hippismo en la California de los 60, sino que supo ver también su reverso cuando se encontró de frente con una nena de cinco años chupando una dosis de LSD.

Didion le puso el cuerpo a la palabra. Y cuando le tocó atravesar sus horas más oscuras, lo hizo con lo único que tenía mano: sus palabras. “Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y lo que me da miedo”, escribió.

“El año del pensamiento mágico” puede leerse como algo que le pasó exclusivamente a ella. Pero atravesar ese camino, doloroso, plagado de recuerdos que sin duda sacuden, es una manera de combatir esos abismos.

Ahora mismo quizás vean el libro allí en su mesa de luz, o en su sillón favorito y piensen, para qué tanta tristeza, ¿es necesario?
La respuesta sencilla es si. Y la respuesta más larga, también: si.

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