Junio: “Los últimos” , de Monika Helfer

Los últimos, de Mónika Helfer, editado por Edhasa (2021), es una conmovedora nouvelle llegada de Austria. Traducida a doce idiomas, Los últimos fue best seller en Alemania, y ganó el premio de Literatura Schubart 2021.

Novela breve pero condensada, escrita con delicadeza y amor, es una historia que nos lleva a una guerra (la Primera Guerra) y a Austria, pero sobre todo nos lleva una familia, a esos últimos de los que nos habla el título.

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La trama podría resumirse en pocas palabras. Tan pocas como estas: una hija quiere saber su historia familiar. Pero las tramas y las historias familiares nunca pueden resumirse en pocas palabras. Los secretos, los sufrimientos inconfesables, las circunstancias históricas, le van agregando capas, sombras, versiones, claroscuros, baches que nadie sabe o puede llenar, alguna mugre bajo la alfombra.

La autora y narradora, que es aquella hija que quiere saber, intentará rearmar ese rompecabezas con la delicadeza de quien sabe que a veces las cosas no encajan a la perfección, que hay piezas perdidas, otras que estarán rotas, y otras que quedarán escondidas. “Los últimos” es, en otras palabras, la reconstrucción de esos pedacitos que forman el rompecabezas familiar.
Y para eso, para comenzar la reconstrucción, hay que ir bien atrás. Hasta 1914.

“En el extremo más lejano, atrás y arriba, vivían María y Josef con su familia. Los llamaban los últimos. El padre y el abuelo de Josef habían sido changarines; eran los que no pertenecían a nadie; los que no tenían un techo firme sobre sus cabezas”, cuenta la narradora.

Esos últimos y olvidados son los Moosbruggger: Josef, su bellísima mujer María, y sus hijos. La belleza de esa mujer no es un dato menor en esta historia: es un tema perturbador; una condición inquietante, y sobre todo, para esa época, un estigma.

En 1914, Josef es reclutado para ir a la guerra. Piensa, todos piensan, que la guerra será un trámite, breve, seguro, rápido. Nadie imagina que deberán pelear cuerpo a cuerpo, y sin éxito, los siguientes cuatro años.
María queda allí arriba, al margen del pueblo, y en ese momento, con cuatro hijos a cargo.
El alcalde, que respeta a Josef -quizás uno de los pocos que lo respeta, porque el pueblo le teme y lo evita-, le promete al hombre que cuidará de la bella María. Cuidará de la familia asegurándoles comida, pero sobre todo, cuidará que ningún hombre se le acerque a María mientras Josef está en la batalla.
Todos lo saben: los hombres desean a María y temen a Josef. El pueblo cree que la belleza de la mujer es sinónimo de una vida licenciosa; las mujeres odian que sus maridos la miren; rumorean, suponen que ella sólo es fiel porque le teme a Josef, aunque nada en esa convivencia, en esa casa pobre y allá lejos, da cuentas de maltrato.
Josef peleará cuatro años para el ejército del Imperio austrohúngaro al que pertenece su aldea: el mismo orgulloso imperio que luego se partirá en mil pedazos, reconfigurando las fronteras europeas. En el medio, habrá vuelto dos veces a la casa.
Para cuando termine la guerra y vuelva definitivamente, habrá en su hogar una hija nueva, Margarethe, la Grete, a la que despreciará toda su vida, a la que ignorará por completo, convencido de que no es suya.

Y entonces, de esas dudas y de ese desprecio surgirán en definitiva muchas preguntas y este libro: ¿La Grete era hija de Josef y María?, ¿fue una de los últimos? ¿O fue fruto de una relación extramatrimonial? ¿María estuvo enamorada de otro hombre? ¿Cómo soportó María el rechazo de su aldea y de la Iglesia, que la juzgaron y condenaron por ese embarazo? ¿Cuánto tiempo se arrastra esa condena, la del rechazo, la del oprobio, la de la pobreza, en la sangre de sus descendientes? ¿Cuánto marca una vida? ¿Se puede dejar de ser un último?

Será sobre todo Katherine, la hermana mayor de la Grete, la que ayudará a la narradora a tirar de ese hilo de los recuerdos y las preguntas. La tía Katherine tiene ya 90 años pero recuerda, o inventa, o deduce. Ha escuchado y ha visto cosas. Ha vivido, con su madre y sus hermanos, esos cuatro años de hambruna, de desesperación, y recuerda el desprecio del pueblo, pero también la visita de un hombre amable. Le quedaron grabadas las palabras del cura, las de su maestro, incluso las del padre, una vez regresado de la guerra, tan distinto, tan golpeado por los horrores que vio, tan desconfiado de su mujer y tan despectivo con esa nena a la que nunca quiso.

Monika Helfer no traza un relato cronológico. Se detiene en aquellos años, pero vuelve también al presente. Mira el pasado para entender las consecuencias, para entender por qué los siete hijos de María y Josef, tuvieron o tienen la vida que tienen.

Y aunque podría decirse que es una novela autobiográfica, la propia escritora aclara, en una entrevista con el diario vienés Wiener Zeitung, que la literatura tiene sus propias reglas: “Una verdad más allá de diez líneas es una novela. En ese momento, a más tardar, el lenguaje mismo se hace cargo, y no pide verdad o ficción. La ficción y los hechos se mezclan de tal manera que a veces yo mismo ya no sé qué es la verdad. En la escritura, los personajes, los personajes literarios, afirman su propia verdad. Tienen derecho a hacer eso. Queda claro en una conversación en la que mi tía Kathe repite una suposición y finge que sucedió exactamente así. Entonces no sé si soy yo quien lo sospechó, y la tía Kathe lo afirmó, o lo digo yo y ella solo lo sospechó. La verdad y la mentira son pájaros que vuelan; sus alas son la lectura y la escritura.”

Como sea, la historia que cuenta, pero sobre todo el retrato cariñoso de esos últimos, en ese mundo violento, pobre y en el que la mujer quedaba relegada, es un precioso ejercicio de memoria, honestidad, y empatía. No hay dramatismo. Pero el resultado es absolutamente conmovedor.

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